La coreografía de una ciudad
El placemaking creativo como tecnología social para transformar espacios en lugares con identidad y pertenencia. Enrique Avogadro

Si bien la ciudad es uno de los artefactos más fascinantes de la creación humana, tendemos a dar por sentado el lugar en el que vivimos, como si siempre hubiera estado ahí, como si no estuviera en nuestras manos transformarlo. Pero la ciudad no es más que la suma de personas que la habitan y la recorren todos los días, un organismo mutante que nos invita a ser protagonistas de su evolución.
¿Qué pasa cuando nos atrevemos a intervenir en la coreografía urbana en la que estamos inmersos? Vale la pena estudiar el concepto de placemaking (¿”creación de lugares”? ¿”hacer lugares”?… lamentablemente no hay una buena traducción al castellano). El placemaking es un enfoque de planificación y diseño urbano centrado en las personas que transforma espacios públicos a través de procesos colaborativos que involucran a la comunidad.
La clave entonces está en poner a las personas en el centro. En esta lógica, la autoridad para cambiar un barrio no viene de los títulos o los cargos sino de la cercanía con su día a día. Ahí están: el que abre la persiana del comercio a las 7, la que riega la vereda al caer la tarde, los que saben dónde pega el sol y dónde falta sombra. El éxito del placemaking se basa en un método simple pero exigente (sobre todo para el sector público): observar, co-diseñar, prototipar, medir y pactar. Escuchar, crear el espacio para la conversación y empezar liviano —una mesa larga, sillas móviles, pintura temporal, un cierre dominical—; registrar lo que ocurre —tiempo de permanencia, mezcla de edades, impacto en ventas, percepción de seguridad—; y convertir lo que funciona en acuerdos de uso y mantenimiento de largo plazo.
Rescato algunas escenas entre muchas otras. Un domingo en Bogotá en el que la avenida más transitada se vuelve parque familiar: bicicletas, cochecitos, vendedores y música. Las supermanzanas de Barcelona que hacen retroceder al tránsito para que florezca el barrio, con menos ruido, más juego, más conversación y el desarrollo de una economía de cercanía. Y, cruzando el mundo, Seúl desarmando una autopista elevada para reabrir el arroyo Cheonggyecheon: un corredor verde-azul que refresca la ciudad, recupera biodiversidad y repara un tejido urbano que la infraestructura dura había cortado. Tres escalas distintas pero la misma caja de herramientas del placemaking en acción.
América Latina tiene ventajas comparativas ideales para aprovechar este fenómeno: músculo comunitario, creatividad frugal y una cultura de calle que, bien acompañada, es capital social puro. Como planteamos la semana pasada, no competimos por escala; competimos por el alma de nuestros lugares.
¡Les doy la bienvenida a una nueva edición de Pulmón Creativo!